Transcurridos veinticinco años desde el inicio de mi carrera profesional, continúo afrontando cada nuevo proyecto con una ilusión primeriza. Cada trabajo es, en definitiva, un nuevo y diferente reto.
Captar la idea de los clientes, el desafío del espacio, encontrar la inspiración, la selección de los materiales, aunar funcionalidad y elegancia, son solo algunos de los aspectos a los que me tengo que enfrentar en cada trabajo.
Es importante conectar con el cliente generando una corriente de conocimiento y complicidad.
Finalizado el proyecto acaba el encargo. Quedan atrás meses de trabajo, inspiración, desgaste, búsqueda, tutela… para llegar a un producto final realizado a medida de cada cliente.
Se produce una sensación agridulce pero al mismo tiempo muy placentera, que recuerda a la del pintor que se desprende de sus cuadros.
Considero la elegancia y el buen gusto como conceptos claramente atemporales. Intento no dejarme llevar por modas mediáticas muy intensas pero en ocasiones efímeras.
Encuentro la inspiración en cualquier espacio y situación: un viaje, paseando por un parque o visitando una feria profesional. Creo que el decorador tiene la obligación de permanecer con la mente abierta y con los cinco sentidos en alerta para intentar captar con antelación las tendencias del mercado.
Vivimos una sociedad consumista; hoy ya es imposible pensar que decoramos una casa para toda la vida, los ciclos y las modas cambian, por tanto es importante que todo proyecto intente ser sobre todo atemporal, vanguardista, funcional, asequible y por supuesto, elegante. No olvidemos que “la elegancia no se debe notar, debe estar”.
